¿Google el nuevo sicario del pensamiento?

Artículo de Freddy Quezada, tomado de su blog oficial.

Estamos viviendo la luna de miel con los archivos electrónicos. Vemos y nos beneficiamos de todos su aspectos positivos. Nadie lo niega.

Pero cuando llegue la hora de los conflictos (incorporación inconsulta de nuestras señas en bancos de datos comercializables; promociones y publicidades que llegan a nuestras direcciones electrónicas y celulares que nos sorprenden, porque le hablan a nuestra condición más íntima; interrupción de servicios gratuitos y conminación, mediante previo pago, del restablecimiento del servicio; espionajes a través de las redes sociales; fraudes a través de sistemas contables; estafas electrónicas; alteración de identidades; jerarquizaciones raciales y geoepistémicas) tendremos que contar con algunas pistas que nos brindan cuatro autores (Krishnamurti, Foucault, Groys y Borges) alrededor de los archivos, la memoria, los museos y los registros, variantes todas de un mismo tiempo: el pasado.

La primer observación, de carácter epistémico, es el principio básico que la memoria es pensamiento, que sólo vemos lo que ya hemos visto. La novedad no puede verse desde la memoria. El alimento de los sistemas de registros son precisamente las novedades. Los archivos electrónicos ya han superado a los colectivos de historiadores, a las personas mejor dotadas de memoria, y al más exigente cuerpo de investigadores. Si un archivo hace mejor lo que uno individualmente hace, ¿para qué pensar? si acordamos que pensar es recordar. Se quiere hacer ver que sería natural, entonces, que nos dediquemos a los placeres efímeros e instantáneos. ¿Pensar para las máquinas vs. Gozar para los usuarios?

La segunda, es que los archivos no son inocentes, ni instrumentos neutros de historiadores e investigadores, para revelarnos el pasado, sino que son campos de poder cuyo objetivo es presentificar los discursos y justificar las estrategias de los actores hegemónicos o subalternos. Llamar al pasado, a través de archivos (fruto de discontinuidades, rupturas, interrupciones, diferencias y rivalidades), sirve siempre para justificar estrategias del presente. Así, vivimos paradójicamente bajo el principio de modificar siempre el pasado, para justificar nuestro presente, que se modifica por aquél.

La tercera, es la idea que lo nuevo, tanto el archivo, como los museos, alguien (¿quién?) lo convierte en diferente, lo dota de sentido, lo ordena de mayor a menor, de arriba a abajo, de atrás hacia delante, de adentro hacia fuera y lo distribuye, lo jerarquiza racialmente, lo geoepistemiza en lenguas, y lo ofrece en géneros de discursos y regímenes de enunciados a los mismos que lo producen, convirtiéndonos en coproductores de los registros, como en la Wikipedia, donde podemos modificar el banco con nuestra propia colaboración, aunque no controlemos su estructuración, circulación ni destinos.

En la cuarta, Jorge Luis Borges, a través de Funes el memorioso, nos cuenta que cuando se piensa, se convierte el espacio en el que habitan las diferencias (que es lo que paraliza el pensamiento de Funes al observarlas todas) en tiempo sin tiempo (eternidad y teoría), algo que han sabido ver muy bien los eurocéntricos, que anulan el espacio y lo transforman en un tiempo universal, donde ellos se colocan de primero.

Es inevitable pensar en Boris Groys, cuando ingresamos cualquier novedad en el sistema de registros electrónicos, desde un estornudo en Twitter hasta una concepción filosófica nueva, científica, técnica o personal en los blogs (esas células “holónicas” de todo el sistema), pasando por las confesiones y juicios a favor o en contra de quien sea, en Facebook.

Convertido el dato en diferencia, se reticula por una voluntad preexistente que cuenta con su visión del mundo, se jerarquiza por una escala que convierte la misma diferencia que usa en valores, se le hace circular en lenguas importantes aunque destruya el espacio, se le rangoriza en términos de saberes si se logra averiguar procedencia, se le mapea en los términos geoepistémicos conocidos (Inglaterra/USA, Francia y Alemania en el centro, y luego en círculos concéntricos hacia afuera, escandinavos, ibéricos y eslavos y, fuera de todos ellos, las excolonias americanas, africanas y asiáticas), se le cuantifica con indicadores estadísticos para averiguar visitas y popularidades.

Cuando se fracture la relación entre usuarios y grupos hegemónicos en INTERNET, algo que se hará por el control de los archivos, se abrirán pasos las estrategias típicas de los subalternos para defenderse, y que ya desarrollan “afuera”: resistencias, simulaciones, silencios, mímicas, pero también complicidades, encantamientos, servilismos y una infinita gama intermedia. Hay que estar claros, pues, que pensar es matar lo nuevo (Krishnamurti) y, después de convertirlo en archivos (Foucault) y ordenarlos en el museo (Groys), termina por matar las diferencias (Borges) que lo alimenta, aserrando la rama sobre la que se sienta. Para los usuarios, no se trata de luchar contra algo que nosotros colaboramos en construir, carajo, sino que lo que digamos hoy, no sea usado en contra nuestra, mañana.